










Instalación y libro de artista que recoge y transforma testimonios, propios y ajenos, mediante un gesto de digestión simbólica y material. La licuadora opera como artefacto alquímico: convierte la culpa en pulpa, y esa pulpa, cargada de rabia, deviene materia prima para la fabricación artesanal del papel que compone la publicación. La instalación propone un dispositivo editorial expandido, estructurado en tres fases de la venganza: la posible, la latente y la ya elaborada, pudiendo ser tocada, escrita, licuada, observada y escuchada. ¿Qué le ocurre a un testimonio cuando se le despoja de la exigencia de ser leído, comprendido, interpretado? ¿Qué pasa cuando, en lugar de relato, se vuelve materia? En ese desplazamiento, de la palabra a la cosa, emerge la rabia como forma, y lo ilegible como táctica de resistencia. Agradecimientos a Vicenta Mendoza por confiar su testimonio; a Hambrehambrehambre por el apoyo editorial; a María Paz Ortiz por su colaboración en el montaje; y a Lauro Bande y Katya Noriega por su trabajo en el registro.